Es cierto que nuestro cuerpo sabe parir y los bebés saben nacer, eso es instintivo en todos los mamíferos. Pero, por otro lado, la pérdida del contacto con la comunidad femenina, por la individualidad de nuestra cultura, hacen necesario que las madres necesiten resolver dudas o disminuir miedos.
Es posible parir sin ningún tipo de conocimientos previos, sin preparación física o haberse informado. Ya que es un proceso completamente natural, en el que entran en juego nuestras hormonas y nuestro cerebro reptiliano (el responsable del mantenimiento de las funciones necesarias para la supervivencia inmediata). Desarrollándose un parto como se daría en el resto de mamíferos, con la diferencia de que no somos como el resto de mamíferos. El bipedismo, que ha cambiado nuestra anatomía, sobre todo en la pelvis para que podamos caminar erguidos, y el crecimiento cerebral y, por lo tanto, craneal, que nos permite una gran inteligencia para crear y comunicarnos, tienen un alto coste en nuestra forma de reproducirnos. Hemos evolucionado por estos motivos hacia caderas más estrechas y cabezas más grandes, lo que ha reducido considerablemente el canal del parto. Aun así, este es perfectamente viable, si no el ser humano no habría llegado a nuestros días. Millones de generaciones de mujeres han dado a luz desde la prehistoria, unos 150.000 ANE considerando únicamente el Homo Sapiens, sin ningún tipo de conocimiento médico moderno y aquí estamos.
En muchos entornos, de hecho, esto sigue siendo de este modo, en la actualidad existen zonas en las que la cultura occidental no ha interferido y siguen pariendo sin una base científica, herramientas modernas, esterilidad o medicación. Porque no es imprescindible nada de todo esto para dar a luz. En estas culturas lo que se prioriza es una atención individualizada a las madres, acompañamiento de otras madres o personas sensibilizadas y cierto aprendizaje basado en la experiencia y en sabiduría compartida. Lo que, si vemos en estas sociedades, además de la comunidad que da sostén a las madres, es cierta asistencia o acompañamiento. A diferencia del resto de mamíferos, que muchas veces se separan de grupo y se esconden, los humanos buscan consuelo y ayuda. Tener a alguien cerca que esté pendiente de nosotras y el parto nos tranquiliza y nos aporta seguridad, reduciendo los picos de adrenalina y elevando los de oxitocina, y así, facilitando el proceso.
Que es precisamente lo que nos falta en la cultura occidental, se ha perdido en gran medida el concepto de comunidad, sobre todo la comunidad femenina, y el acompañamiento no necesariamente intervencionista en el parto, simplemente de seguridad y confort. Siglos de patriarcado nos han dividido y dificultado el contacto directo entre nosotras, influyendo en nuestra percepción y conocimiento de procesos femeninos como la gestación, el parto y la lactancia. Que, mediante la medicalización y los avances científicos, con un gran sesgo sexual, se han separado del saber femenino para monopolizarse por los hombres que durante mucho tiempo han sido los únicos con acceso a la ciencia. De hecho, una de las grandes razones para la caza de brujas para La Inquisición fue la identificación de las parteras o mujeres sabias, sobre todo sanadoras femeninas, como herejes. Ya estas mujeres que se desviaban de lo estipulado para la época, en la que las mujeres no debían tener acceso al conocimiento y mucho menos ponerlo en práctica.
Actualmente, no vivimos estos procesos de forma cercana y directa, coincidimos con la maternidad casi de casualidad. Esta individualidad y falta de comunidad ha afectado también a la transmisión de los conocimientos y tratar temas naturales como tabús. Diversos procesos naturales son ocultados socialmente al denominarse íntimos o escatológicos, sobre todo los que afectan a la fisiología de la mujer, como son la menstruación, la sexualidad o la maternidad. Incluso cuando somos niños, aun jugando con bebés, no se aprende una maternidad real y esta se nos oculta por miedo a traumatizarnos, ya que se ve como algo fisiológico, avergonzante o que es casi sucio. No se ven, y mucho menos se viven, partos y las lactancias maternas, muy reducidas por el biberón, se esconden o disimulan porque no están bien vistas en la mayoría de entornos públicos.
Al no aprender esta maternidad de forma directa y profunda experimentándola con otras amigas o parientes, muchas madres necesitan a profesionales. Que principalmente son matronas o asesoras de lactancia o fisioterapeutas para la parte más fisiológica, pero también doulas, para resolver dudas, problemas, incomodidades, sentirse acompañada y sostenida o hablar de miedos que les impiden sentirse preparadas.
Bibliografía:
Álvarez, J. E. C. (2007). La cadera de Eva. Crítica.
Bermúdez de Castro, J. M., & Bermúdez de Castro López, E. (2017). Pequeños pasos: creciendo desde la Prehistoria. Crítica.
Luque Fernández, M. A., & Oliver Reche, M. I. (2005). Diferencias culturales en la percepción y vivencia del parto: el caso de las mujeres inmigradas. Index de enfermería, 14 (48-49), 9-13.
Fotos:
El Padre y el Parto
Comparativa de Caderas: Bermúdez de Castro
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